El Infierno en Cien Pasos

Este martes se publicaron los resultados del VI certamen de relatos de Wikihammer y la Voz de Horus en el que me animé a participar. Si bien mi relato no terminó entre los tres primeros, sí que fue merecedor de una mención de honor junto a otros dos relatos y los seis: ganadores y aquellos que obtuvimos dicha mención de honor, fueron publicados en Wikihammer para pasar a formar parte del corpus de trasfondo creado por los aficionados en tan insigne repositorio de conocimiento warhammeril. Huelga decir que dada la elevada participación en el concurso (con 78 relatos presentados) y el altísimo nivel de los ganadores es todo un orgullo el haber quedado entre los seis primeros.

La idea del relato llegó casi inmediatamente después de terminar de escribir Honor y Victoria que obtuvo el tercer puesto en el II certamen de relatos Acuphammer. Después de este, la era idea alejarse de los casi míticos Astartes y adentrarse en el lado más siniestro de Warhammer 40k. Tras evaluar muchas ideas me di cuenta de que, como ocurre muy menudo con la ficción, los aspectos más realistas de este universo son también los más terroríficos. La guerra en sí misma puede contener todo el horror del que la humanidad es capaz.

Con esta premisa una imagen se fijó como el marco del relato. Es la imagen que abre este artículo: un hombre, acuclillado en el fondo de una trinchera, que sonríe a la cámara. La fotografía retrata a un soldado anónimo que participó en la batalla de Flers-Courcelette, en la ofensiva del Somme, durante la I Guerra Mundial. La expresión que se dibuja en este rostro no expresa humor y la mirada es igualmente sobrecogedora. La opinión generalizada es que este soldado anónimo padecía estrés post-traumático o fatiga de trinchera.

Fotografía de soldado anónimo durante la ocampaña del Somme, 1916. El Infierno en cien pasos.

Ligado a esta imagen pensé en el poema del autor T.S. Eliot La Tierra Baldía. Esta obra, escrito en 1922, trata de reconciliar al autor con sus experiencias vividas durante la Primera Guerra Mundial y con una Europa que lucha por seguir adelante tras la devastación desatada. En particular recordé una fragmento en el que el autor se encuentra con el espectro de un camarada abatido en combate:

“Allí vi un conocido y le detuve gritando: ¡Stetson!
¡Tú que estabas conmigo en los bancos de Mylae!
Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
¿Ha comenzado a retoñar? ¿Florecerá este año?
¿O malogró su lecho la repentina escarcha?”
.

Así, inspirado por estas dos poderosas influencias, me lancé a escribir el relato que viene a continuación y que presento sin más preámbulo.

El cabo primero Illyott apoya la espalda contra la húmeda pared de la  trinchera e intenta calmar sus pensamientos mientras espera el  siguiente toque del silbato. Ha perdido la noción del tiempo. El humo de  la ciudad colmena en llamas ha envuelto Dirkden en el sudario de un  crepúsculo interminable. Al menos ya no tiene que ver la fisura malsana  que divide el cielo. Desde que la Cicatrix Maledictum irrumpió entre las  constelaciones el mundo se ha venido abajo y Vigilus arde consumido por  la guerra. Cuando los Comisarios no pueden oírlos, los soldados  murmuran que se trata de la sonrisa de dioses terribles que han venido a  consumirlo todo. Pero es otra sonrisa la que destroza los nervios de  Illyott. 

Frente a él, el soldado de primera Stetson aferra su rifle láser  con manos trémulas. Hace días que en su rostro se dibujó esa mueca  terrible y no le ha abandonado ni en sus escasos momentos de sueño. Es  una sonrisa desprovista de todo humor a la que acompaña la mirada  vidriosa de unos ojos en los que casi se ha extinguido la luz de la  cordura. Los Adeptus Medicae dicen que no pueden hacer nada por él; que  lo que se le ha roto a Stetson es el espíritu y que la única sanación  posible está en la fe en el Emperador Inmortal.

La Comisaria Ophelia le preguntó en una ocasión por qué sonreía y  el desdichado Stetson respondió, sorprendido, que no lo hacía. Nunca  supo lo muy cerca que estuvo de recibir la misericordia del Emperador,  pero finalmente la Comisaria se decidió por aleccionar a todo el pelotón  en la necesidad de fortalecerse en la pureza de su odio hacia los  traidores. Sin embargo, cuando la humedad y el frío te atenazan en la  trinchera, incluso odiar se convierte en un ejercicio extenuante.

Illyott desvía la mirada y da un trago de agua salobre de su  cantimplora. Sostener la mirada de Stetson siempre hace que se le seque  la garganta.

El equipo de vox despierta a la vida con un chasquido. Los  soldados saben lo que eso significa antes de que el sargento recorra sus  filas impartiendo la orden. Illyot revisa su equipo apresuradamente, se  coloca la máscara de gas —y, gracias al Trono, también lo hace Stetson—  y fija la bayoneta al cañón de su rifle.

El bombardeo comienza instantes después. Los proyectiles  sobrevuelan sus cabezas para estrellarse sobre la posición enemiga. El  corazón del soldado se acelera, la sangre zumba en sus oídos  ensordeciendo el clamor de las explosiones. Sabe lo que vendrá ahora.  Los hombres del 66 de la Guardia Vigilante lo llaman "el infierno en  cien pasos", y no se podría describir mejor el horror que se avecina.

El intervalo entre detonaciones se prolonga hasta que se hace un terrible silencio. Y entonces suena el silbato.

Los soldados del 66 se ponen en movimiento.

Illyott trepa por la escalerilla detrás de Stetson y salen a campo abierto.

Cinco pasos.

Se siente terroríficamente vulnerable fuera de su parapeto. A  través de las lentes de su máscara contempla la tierra baldía; un  desierto de fango, sangre y alambre de espino donde los cadáveres de  ambos bandos se pudren desde hace días.

Comienzan a avanzar bajo la incierta protección de la cortina de  humo desplegada por la artillería. No es el momento de correr. No  todavía. En cuanto detecte su avance, el enemigo disparará a discreción  sembrando de nuevo los campos de muerte.

Veinte pasos.

Una estrella carmesí se alza frente a los soldados arrojando su  resplandor rojizo sobre el campo de batalla. Solo que no es una  estrella. Las bengalas del enemigo destierran la oscuridad mientras el  humo comienza a disiparse. El silbato suena de nuevo con toques rápidos y  los soldados se lanzan a la carga.

El enemigo abre fuego. Una lluvia de proyectiles y disparos láser  se desata sobre los hombres del 66 mientras avanzan. La tierra se  sacude bajo el castigo de los morteros y el tronar de los cañones. El  humo todavía ciega al enemigo y el fuego es aleatorio, pero tal es la  concentración de los disparos que algunos encuentran su blanco. Una  cacofonía de fondo se une al rugido de las armas: los gritos de los  heridos y el lamento agónico de los moribundos.

Cincuenta pasos.

El mundo se vuelve del revés cuando un proyectil estalla justo  delante de Illyott. La onda expansiva le proyecta en el aire  despojándole de su casco y su máscara de gas. El suelo sale a su  encuentro y el golpe le vacía los pulmones. Palpa su cuerpo en busca de  heridas. Da gracias al Emperador cuando comprueba que, salvo por la  conmoción, está ileso.

Se da la vuelta y, todavía confuso, comienza a reptar sobre su  vientre hacia la posición enemiga. Unos metros más adelante está  Stetson. La explosión lo ha alcanzado partiéndolo en dos; también le ha  arrancado la máscara de gas revelando que, por fin, en la muerte esa  maldita sonrisa ha abandonado su rostro.

Illyott recoge el rifle de su camarada muerto para reemplazar el  que perdió cuando salió despedido. Sobre él, el fuego enemigo barre el  campo de batalla. Ya no hay humo que les dé cobertura. Los gritos de  dolor y agonía se multiplican.

Ochenta pasos.

Los disparos del enemigo se vuelven irregulares. El 66 ha  alcanzado la posición hostil y el combate se ha convertido en una  refriega inmisericorde en el laberinto de trincheras. El soldado se  incorpora. Puede ver las defensas enemigas. Uno de esos traidores  dispara su ametralladora apoyándola sobre un parapeto de sacos de arena.  Illyott apunta con el rifle láser, espira y abre fuego. El disparo  acierta silenciando la tormenta de proyectiles que castigaba a los  imperiales.

Noventa pasos.

Ya casi está sobre el enemigo. Se arrodilla frente a la trinchera  mientras el resto de su pelotón ofrece fuego de cobertura. Suelta una  granada de su cinturón y la arroja con precisión letal. Inmediatamente  se pone en pie y corre hacia donde se refugian los herejes.

Cien pasos.

La detonación levanta una nube de fango y agua inmunda y, justo  detrás de esta, el cabo Illyott irrumpe de un salto. La explosión ha  hecho estragos entre los defensores. Varios cuerpos desmembrados yacen  esparcidos entre el fango como muñecos desvencijados. El soldado no baja  la guardia. Se vuelve a tiempo de abrir fuego automático contra un  mutante que avanza hacia él por la trinchera abatiéndolo en el acto.  Pero hay más. 
Illyott deja caer el rifle y desenfunda la pistola. Dispara a  otros dos traidores a bocajarro. A esa distancia no puede fallar y ambos  se unen a los muertos que alfombran la trinchera. El cuarto atacante le  alcanza, mas el soldado sale a su encuentro apartando el cañón de su  rifle y golpeándole con la culata de la pistola ahora descargada.

Caen rodando entre el barro y los cadáveres. El hereje golpea con  fuerza el rostro de Illyott y su boca se llena con el sabor metálico de  la sangre. Intenta zafarse sin éxito. El mutante es endemoniadamente  fuerte. Unas manos como garras se cierran en torno a su cuello  estrangulándole. Puede ver la cara desfigurada de su enemigo. Unos ojos  amarillentos cargados de malicia enmarcados por un rostro bulboso lleno  de protuberancias antinaturales. Pero lo peor es la boca: casi unas  fauces que parten en dos el semblante odioso y corrupto.

Tantea a su alrededor mientras la vida se le escapa. Sus dedos  palpan la culata del rifle de Stetson. Y entonces lo siente; ese odio  puro y fulgurante del que hablaba la comisario. Aferra el rifle y golpea  con la culata el cráneo deforme del mutante, derribándolo. El aire  llena sus pulmones de nuevo y se pone en pie con dificultad. El monstruo  hace lo mismo, pero esta vez el imperial está preparado. Con un grito  apenas humano, Illyott hunde la bayoneta en el pecho de la bestia.  Empuja al ser abominable contra la pared de la trinchera y fija su  mirada en la del mutante mientras la vida se extingue en sus ojos  inhumanos.

Todavía respirando con dificultad, se aleja del cuerpo y con  movimientos mecánicos introduce una nueva célula de energía en el rifle.  A su alrededor el rugido de la batalla casi se ha extinguido y los  hombres de su pelotón aseguran las posiciones. Comienza la interminable  tarea de realizar un recuento de bajas.

El soldado se deja caer, agotado más allá de la extenuación.  Alivia su garganta abrasada con un trago de la cantimplora mientras,  frente a él, el rostro sin vida del mutante le sonríe con unas fauces  abyectas. Sobre su cabeza, oculta por el humo de la ciudad colmena en  llamas, la sonrisa aún más terrible que divide el cielo de Vigilus  resplandece malignamente. El cabo primero Illyott apoya la espalda  contra la húmeda pared de la trinchera e intenta calmar sus pensamientos  mientras espera el siguiente toque del silbato. 


Como el lector avezado habrá visto; sembré el relato de referencias a las fuentes que me inspiraron. Por ejemplo: el nombre del protagonista, Illyott, es no solo un claro homenaje al poeta estadounidense, sino que además recuerda a los Ilotas. Estos esclavos que formaban la base de la sociedad espartana sirven para establecer un claro paralelismo entre los poderosos Astartes y el sufrido Astra Militarum.

Sin embargo lo que más me llamó la atención una vez finalicé el relato es que había adoptado la forma de un gran quiasmo. La estructura del mismo presentaba, casi sin que hubiera puesto intención en ello, elementos parejos (la trinchera, el cielo, la sonrisa, la comisario…) que parecen reflejarse para encontrarse en la explosión que lanza al desdichado protagonista por los aires. Tras releerlo me di cuenta de que esta cualidad estética daba al texto un mayor significado de futilidad y, cuando se lo presenté a un buen amigo para que me ayudara con la corrección, me dijo: La última línea me ha hecho recordar la Piedra de Sísifo.

Así pues, esta es mi breve aportación al ingente trasfondo del cuadragésimo primer milenio. No quiero finalizar el artículo sin felicitar a los galardonados y agradecer a Wikihammer y La Voz de Horus el enorme trabajo relaizado y sus votos favorables.

¿Y a vosotros? ¿Qué os parece la historia del cabo Illyiott? ¡Dejad vuestra opinión en los comentarios!

2 comentarios en «El Infierno en Cien Pasos»

  1. Un gran relato capaz de trasladar al lector tanto el terrible y desolado escenario en el que transcurre, como el estado anímico de los personajes. Enhorabuena.

    Responder

Deja un comentario