Historia de los Ángeles Oscuros II: Primeros Años de la Gran Cruzada.

Orgullo y caída DE LA PRIMERA LEGIÓN.

Continuamos con la serie de artículos profundizando en el trasfondo de los Ángeles Oscuros. Como vimos en el anterior artículo que trataba las Guerras de Unificación, la Primera Legión se convirtió en la más temible arma a disposición del Imperio. Debido a la brutalidad de sus victorias y lo terrible de sus enemigos, la Legión tomó el nombre de Ángeles de Muerte adoptando una panoplia negra y decorando sus armaduras con símbolos funerarios. A la primera de sus Legiones el Emperador le asignó el cometido de enfrentarse a aquellos horrores a los que ninguna otra fuerza podría enfrentarse y, para asegurarse de que podían llevar a cabo su siniestra misión, le otorgó las armas más terribles a disposición de la humanidad. Únicamente la Primera Legión de entre todos los Astartes hizo uso frecuente de armamento prohibido de la Era Oscura de la Tecnología.

En los lugares más oscuros entre las estrellas los Ángeles de la Muerte llevaron a cabo la misión que les había sido encomendada con inmisericorde eficacia. Se convirtieron en la encarnación definitiva de la ira del Emperador, los emisarios de su odio y portadores de la más terrible sentencia. La Primera Legión no se limitaba a destruir a sus enemigos, su tarea sólo se consideraba finalizada cuando sus objetivos habían sido completamente exterminados y consignados al olvido.

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Mientras otras legiones luchaban para reunir a las colonias perdidas con la cuna de la humanidad, los Ángeles de Muerte combatían para mantener a raya los horrores de una galaxia determinada a destruir a la especie a la que habían jurado proteger. Llevaron la guerra a las guaridas de monstruos tan terribles que el mero conocimiento de su existencia podía inducir a la locura. De este modo salvaguardaron el futuro del Imperio, siempre un paso por delante de las monstruosidades que querrían aniquilarlo.

“…por cada mundo que Los Ángeles de Muerte sometieron centenares fueron inmolados en silencio”.

De estas campañas sólo quedan registros en las áreas más seguras del Archivo Imperial: como las crónicas sobre Behtelgen IV, donde el 3er Capítulo asaltó un mundo que albergaba una colmena entera de entidades protoplásmicas que había infectado una docena de mundos. Un puñado de pictografías y un fichero sellado por el Gran Maestre Héctor Thrane dan testimonio de los cascarones vacíos en que se habían convertido los mundos del Cúmulo Osiryne y que habían sido consumidos por el horror tecnológico de un planeta sentiente. Tampoco quedan apenas datos sobre los perniciosos Khrave, que consumían la psique de mundos enteros sometiendo a su población y atrayendo a nuevas presas. Para aquellos ajenos a los secretos de la Legión los honores que obtuvo en los primeros años de su participación en la Gran Cruzada parecen extrañamente escasos; tan sólo un puñado de mundos conducidos al acatamiento. La realidad es que sus mayores triunfos debían permanecer en secreto, por cada mundo que Los Ángeles de Muerte sometieron centenares fueron inmolados en silencio.

En estos años tempranos de la Gran Cruzada la Primera fue la más poderosa de las Legiones Astartes; a su disposición estaban el mayor número de efectivos, la flota más grande y las armas más poderosas. Incluso los Lobos Lunares y los Lobos Espaciales, que ya se habían reunido con sus Primarcas, envidiaban el poder marcial de los Ángeles de Muerte. Incluso entonces era el Gran Maestre Thrane, uien se sentaba a la siniestra del Trono; su consejo a la misma altura que el de Malcador o el de Horus Lupercal.

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Sin embargo esta época de esplendor marcial llegaría a su final. Irónicamente no sería ninguna despiadada raza Xeno u horror del Inmaterium la que pondría fin al dominio de la Primera Legión, sino su propia arrogancia. Las expediciones de exterminio de los Ángeles de Muerte continuaban a la vanguardia de la Gran Cruzada, pero ahora lo hacían no sólo como un deber, sino con un orgullo perverso. Se enfrentaban sólo contra los más poderosos enemigos, despreciando aquellos que consideraban demasiado débiles. Si un enemigo no era capaz de derrotar a la Primera, no merecía su atención. Pese a las dificultades cada enfrentamiento les hizo más fuertes y ningún enemigo parecía capaz de medirse con ellos… mas con cada victoria su arrogancia aumentaba.

Así comenzó su declive: las estrategias que anteriormente les habían hecho flexibles y puesto a la vanguardia estratégica de las Legiones se tornó rígida y abotargada. Creyéndose imbatibles los legionarios de la Primera dejaron de aprender. También disminuyó su capacidad de reclutamiento al elevar hasta el absurdo sus exigencias para las nuevas incorporaciones. La tradición y el ritual se convirtieron en herramientas más valiosas que la innovación y cada Orden y Hueste guardaba sus saberes mezquinamente. Poco a poco la Legión se volvió contra sí misma y olvidó su lugar. Donde un día habían sido los mentores y guías que marcaron el camino a las otras Legiones, ahora las observaban con resentimiento. En su soberbia despreciaron las victorias de otros considerándolas logros menores contra rivales débiles.

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En estos años oscuros la XIII Legión se reunió con su Primarca, Roboute Guilliman, y pronto superó en número a la Primera. Asimismo, bajo el liderazgo de Rogal Dorn y gracias a la Falange, los Puños Imperiales disputaron la supremacía en potencia de fuego de los Ángeles de Muerte. Al perder su preeminencia entre las Legiones, la Primera se desvió más aún en su deriva.

El golpe definitivo llegaría en Canis-Balor. Allí el Gran Maestre Thrane junto a una pequeña fuerza de asalto se enfrentó a una raza Xeno sin catalogar. Presuponiendo una campaña sencilla y sin esperar a que la Orden de la Extinción y Aniquilación estudiara a su enemigo los Ángeles de Muerte se lanzaron al ataque. Estos Xeno, cuya identidad fue purgada de los registros hace siglos, rechazaron el ataque con estrategias suicidas y haciendo uso de una tecnología terrible e incomprensible. Tres veces atacaron los Astartes y tres veces fueron rechazados con una enorme cantidad de bajas. Empujado por un orgullo demente Héctor Thrane lideró un último asalto negándose a aceptar que hubiera alguna fuerza en la galaxia capaz de derrotar a sus guerreros. Este ataque temerario casi condujo a la completa aniquilación de la fuerza de combate, sólo al final se percató Thrane de las consecuencias de sus acciones y se sacrificó junto a su guardia personal para que los supervivientes pudieran retirarse minimizando lo que habrían sido pérdidas devastadoras.

Con la muerte de Thrane se desató una lucha intestina entre el Maestre de Cada Hueste y el Preceptor de cada Orden. Todos aseguraban que de haberse seguido sus consejos se habría evitado la humillación de Canis-Balor. Así, divididos y desarraigados, los Ángeles de Muerte vieron como las campañas se prolongaban y el número de victorias que obtenían se estancaba. Su posición como la principal de las Legiones estaba más amenazada que nunca.

“La división entre los líderes de los Ángeles de Muerte afectó hasta tal punto a la operatividad de la Legión que finalmente el mismísimo Malcador se vio forzado a intervenir”.

En el mundo industrial Gramarye, donde la Legión había fundado su principal bastión y Sala del Consejo, esta lucha por el poder se hizo terriblemente amarga imposibilitando la designación de un nuevo Gran Maestre. La división entre los líderes de los Ángeles de Muerte afectó hasta tal punto a la operatividad de la Legión que finalmente el mismísimo Malcador se vio forzado a intervenir. Sus palabras tuvieron tal impacto que fueron grabadas en el dintel de la puerta de la Sala del Consejo:

“Una fortaleza puede sostenerse por muchos pilares. Por separado no son nada, pero unidos se convierten en algo poderoso. Mas una fortaleza debe tener un señor, o toda su fuerza será vana”.

El Sigilita seleccionó a un guerrero ajeno a las Huestes y a las Órdenes y lo presentó como candidato a dirigir a la Legión. Este legionario fue Urian Vendriag, capitán de la 14ª Compañía del 8º Capítulo, un terrano que había luchado en las Guerras de Unificación. Su hoja de servicio era impecable, sus lealtades sólo para la Legión y su veteranía le otorgaba un gran respeto ante sus pares. La elección de Malcador probó ser la mejor cuando su candidato fue elegido de forma unánime como sucesor de Thrane.

Vendriag aceptó el desafío de restituir a la Primera su posición a la cabeza de las legiones. A tal efecto los Ángeles de Muerte aceptaron por primera vez un pequeño número de rememoradores entre sus filas. Además, el nuevo Gran Maestre dirigió campañas más conspicuas, convocando a la Primera desde los bordes de la galaxia. Como última pieza en su plan, Urian Vardiag necesitaba un enemigo formidable al que derrotar para unir a su legión y devolverle su orgullo.

Este enemigo no sería otro que la temible raza de los Rangda que cambiaría para siempre la historia de las Legiones Astartes y de los que hablaremos en el próximo artículo.

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3 comentarios en «Historia de los Ángeles Oscuros II: Primeros Años de la Gran Cruzada.»

  1. Omg! No se que decir más.
    Que gran trabajo estais haciendo Maestre Zaphariel.
    Se queda uno con las ganas de saber más sobre el Gran Maestre Vardiag y sobre los Rangda.
    No olvidar, no perdonar.

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